

Por Carlos E. López Castro
“… Todos somos flores en el jardín del Gran Espíritu. / Compartimos una raíz común, y la raíz es la Madre Tierra. / El jardín es hermoso, porque tiene diferentes colores en ella, / y los colores representan las diferentes tradiciones y culturas…” (Abuelo David Monongye, del pueblo Hopi)
Recuerdo que hace cincuenta años, fue la primera vez que viajé a conocer el mar. Con tan solo seis años de edad, fue más un acto de

inocencia y obediencia. Hoy, en 2021, cuando ya han pasado muchas vacaciones cada año, en la costa, me motivaron dos aspectos: uno, conocer qué fue lo que pasó con el árbol “Bálsamo de Tolú”, y dos, averiguar si podría ser una alternativa medicinal para curar el coronavirus cuando está en nuestro sistema respiratorio. Estos motivos se deben a que, cuando yo era niño, en varias ocasiones padecí asma con momentos como pez fuera del agua. Sensación similar que sentí al salir positivo para el actual virus SARS-COV-2 (Covid 19), hace tres meses.
EL ÁRBOL MEDICINAL
Antes de viajar pude averiguar que el Bálsamo de Tolú es un árbol encontrado por los españoles desde la fundación de la Villa de Santiago de Tolú, en el año 1535. Su nombre científico es Myroxylon balsamum. Según un artículo escrito en la revista Credencial, en septiembre de 2019, por el historiador Sebastián Gómez : “Esta resina vegetal se comercializó ampliamente a lo largo del siglo XIX y llegó a posicionarse muy bien en las boticas europeas y americanas, gracias a sus bondades medicinales. En The American Herbal or Materia Medica (1801), famoso manual del doctor Samuel Stearns, se planteaba que el Balsam Tolutanum servía como estimulante, expectorante y antiespasmódico. Además, era ideal en el tratamiento de la tuberculosis…”
Al consultar la página https://saludconplantas.com dice que: “El bálsamo de Tolú contiene ácido benzoico (componente activo que puede provocar reacciones alérgicas), y mejora el sabor de comprimidos y medicamentos contra la tos, al tiempo que actúa como antiséptico y expectorante. También se mezcla con agua caliente para elaborar un remedio tradicional llamado benjuí, que se inhala para aliviar los resfriados o el dolor de garganta. El aceite se emplea en la industria de perfumería”.
PRIMER VIAJE
Resumo mi aventura de conocer el mar porque tiene relación con la presente historia relacionada a los momentos cuando nos falta el aire. Viajamos hacía el municipio de Turbo, Antioquia, un día del año 1969, mi padre, tres hermanos, dos hermanas y yo, quien era el menor.
Sin lujos de detalles, la memoria humana deja grabado algunos episodios del espacio y del tiempo de algo tan significativo como es conocer el mar. Salimos en un destartalo bus cuando apenas los fulgores del sol eran incipientes por el oriente, lo que supone el reloj marcando las seis. El transporte modelo sesenta y pico, nunca dejó de sacudirse por una carretera polvorienta, estrecha que serpenteaba por peñascos llenos de abismos. Era tal la imagen del bus colgado de un barranco que existía un sitio con el nombre de “La llorona”. Pero, aun así, disfruté del paisaje contemplado por la ventanilla como perro de rico, porque las montañas se me parecían a senos maternales; muchos años después comprendí que era la “Pachamama”. Llegamos a Turbo cuando caían los últimos suspiros del sol, lo que supone que marcaba el reloj las seis.
Otra imagen imborrable es recordar los momentos infinitos que me quitaban el aire: tener que pasar, dentro del agua, debajo de un neumático muy grande que toda mi familia (acostada en él) convertían en barco, además, a la hora de dormir en el hotel, respiraba con mucha dificultad, acostado en un colchón tirado al piso, donde no llegaba el viento de un ruidoso ventilador, como si tuviera crisis asmática, sudando “petróleo” a más de treinta grados centígrados.
Jaime Zúñiga, con su tradición oral nos cuenta
historias sobre Tolú y su árbol insignia. Abajo: esculturas
realizadas por este personaje.

HACIA TOLÚ EN 2021
Martes cinco de enero, salí a las 8:30 de la noche desde la terminal de transporte de Medellín –que en años anteriores para esta fecha estuvo atiborrada de viajeros– hoy estaba a término medio de gente, debido a la pandemia. Los protocolos de bioseguridad se cumplieron de forma normal en la flota que escogí y en cuanto al distanciamiento el bus tenía la mitad de pasajeros.
En la foto: Jaime Zúñiga, entrevistado
Luego de doce horas de viaje, llegué a la terminal de transporte de Tolú. Conseguí una persona que me transportara en bicicleta hacia el parque principal, casi a las nueve de la mañana, a quien le pregunté si sabía cuál era el árbol Bálsamo de Tolú y dónde podía encontrarlo.

–Lo he oído mencionar, pero no le sé decir -me contestó con acento costeño.
Igual respuesta negativa recibí de otras dos personas que encontré en el parque principal.
Me dirigí hacia la casa de la cultura con el fin de buscar alguna persona nativa que me hablara del árbol en mención. Llegué, con indicaciones de los transeúntes. Al encontrarla cerrada, tiré debajo de la puerta la revista Historias Contadas número 139. De allí, divisé a solo dos cuadras el mar y la playa. Sequé mi sudor. Caminé en esa dirección. Al llegar, escuché:
–Buenos días. Le ofrecemos las carpas para la sombra.
–No gracias. Estoy buscando un adulto mayor nacido en Tolú, para que me hable sobre el Bálsamo de Tolú –le contesté.
Me llevó donde otra persona, de unos cincuenta años, quien efectivamente me acompañó donde la persona indicada. Al cabo de caminar unas diez cuadras, me presentó a Jaime Zúñiga, quien estaba pegando unas baldosas en una acera. La gente que iba pasando, lo saludaban: “Hola, Pabilo”. Con el cabello blanco como espuma que dejan las estelas en el mar, es delgado y aparenta que en su juventud fue alto de estatura. Antes de la entrevista, de sus palabras de buen contador de historias, sobresalía de su boca dos dientes como teclas blancas de piano. Y sí que fue melodioso, alegre y dicharachero su acento de costeño:
–Cuéntenos sobre su infancia y su ascendencia, su familia –le dije.
–Yo nací el 11 de enero de 1951, soy hijo de Alicia Orta Peña, hijo de José de Jesús Zúñiga de Meneses, nieto de Samuel de Orta Espinoza por la parte materna, bisnieto de Samuel de Orta Martínez, tataranieto de Samuel León. En los setenta años de mi vida, me he dedicado a recoger la historia de la tradición oral, algo que no se ha escrito, que no se escribirá. Estamos refiriéndonos a una de las primeras ciudades de América, nos referimos a Tolú, como lo llamó Alonso de Heredia en 1511, y lo llamó el Mar de los Morros, desde ahí viene el nombre del Golfo de Morrosquillo y en el año 1534, vino Francisco César y lo llamó Puerto de Balsillas. Ha tenido tres conquistadores pero no se quedó sino con Tolú. Tolú Playa, como para darle un apellido, y Tolú Viejo, donde vivía el Cacique Tulú, hijo de Pan, nieto de Sen.
–¿Qué nos puede contar sobre el Bálsamo de Tolú?
–Según los indios Senú, servía para la gripa, para muchas enfermedades bronquiales. El Bálsamo de Tolú es la materia prima del Vick VapoRub, el Mentolín, el Lazol, el Piperon, más tres perfumes que hacían en la perfumería Bellain, por su contenido oloroso que tiene. Entonces empezaron a llevárselo. Era más difícil despepitar las semillas del bálsamo de Tolú, entonces empezaron a desangrarlo por la cofia. Se le llevaban toda la sabia. Hay vestigios de dónde y cómo empacaban, en qué ollas de barro empacaban el bálsamo de Tolú, para llevarlo a Europa. Según la historia, el Bálsamo de Tolú bajó la tuberculosis de Europa en el siglo XVl. Tolú ha sido asediado por cuatro: portugueses, ingleses, franceses y españoles.
–En el parque principal nadie supo decirme sobre el árbol ¿Se está extinguiendo el Bálsamo de Tolú?
–Yo recupero el bálsamo de Tolú. En el parque central, solo hay dos, que hoy se llama la Plaza de la Piedra de Heredia, porque fue Alonso de Heredia que dejó una piedra aquí, el 7 de julio de 1535. Héctor Rojas Erazo, nuestro escritor, no lo dijo, no lo escribió. Yo recupero el Bálsamo de Tolú, porque siembro semillas de algunos árboles que estaban y que la gente no tenía conocimiento que ese era el Bálsamo de Tolú. Debiera ser nuestra insignia, nuestro patrimonio, nuestra identidad mundial. No ha habido esa política de volver a resembrar el bálsamo de Tolú. En los gobiernos municipales, departamentales, nacionales les importa un carajo lo que acontezca con nuestra identidad como tal. En el parque solo hay dos árboles pequeños.
Con las palabras finales del señor Jaime Zúñiga, me dirigí al parque principal. Estando allí, en el momento que tomaba algunas fotos a los dos árboles Bálsamo de Tolú, se me acercó un adulto mayor, quien me dijo:

–¿Sabe qué pasó con ese árbol?
–No sé. ¿Me quiere contar la historia? –le pregunté.
–Los funcionarios de la Alcaldía no saben en absoluto que cuando este pueblo fue fundado este árbol fue ícono desde hace 485 años de fundación. Abundaba porque producía un mentol especial. Este árbol pequeño lo habían desahuciado, decían que se moría, entonces yo lo cerqué y le echaba agua corrida todos los días. Estos sabiondos de aquí del municipio contrataron gente para talar estos árboles. No son podados sino talados. Lo he estado cuidando para sacarle las semillas, y regalar a los colegios para decirles que ese arbolito representa mucho para este municipio, que es un ícono. El alcalde ni sabía que había un árbol insignia desde la fundación. Ni la secretaria de gobierno. Aquí no sabían nada de eso.
Con esta lamentable historia, recordé las palabras del ambientalista y escritor Eward Abbey: “La naturaleza no es un lujo, sino una necesidad del espíritu humano,

tan vital como el agua o el buen pan”.
Así, con este árbol utilizado por nuestros ancestros indígenas Sinú o Zenú, desde hace más de 500 años, podemos concluir que desconocemos las raíces. Tenemos el árbol medicinal en la “Pachamama” y lo estamos talando. En palabras de Rigoberta Menchú: “La tierra es raíz y fuente de nuestra cultura”.
Comments