Por Jesús Peláez Álvarez
En una de las muy nutridas y largas campañas políticas celebradas, por el movimiento de Alianza Nacional Popular (Anapo), tuvimos la honda satisfacción de gozar por cinco días, de todas las peripecias que se presentan en estos eventos de la política.
Muy importante fue en esta oportunidad el acontecimiento a celebrar ya que, el General Rojas Pinilla comandaba el movimiento. También doña Carola estaba presente, ya que ella no faltaba en estas manifestaciones en que Rojas daba a conocer, en todas las plazas de la república, la multitud que a todas partes lo acompañaba para escucharlo con devoción, y aplaudirlo frenéticamente.
Más de cincuenta automóviles y también algunos camiones que cargaban la gente del “montón” hacían la fila móvil que, en un principio, seguía a Rojas. En la muy simpática población de Caldas (Antioquia), el General hizo el saludo de rigor a todos los empleados, también a la Policía, igualmente a unos enviados del Ejército. La caravana partió agitando Banderas y recibiendo manos amigas llenas de besos.
En Santa Bárbara el pueblo pudo conocer el verdadero vigor que las gentes emocionadas ven en un hombre que marcha indefectiblemente hacia la silla de los presidentes de la República. Perseguía su segunda llegada a la presidencia. La gente que recibió en Santa Barbara la caravana, mostró emocionada hasta donde un hombre incide en la vida de una sociedad, cuando su desempeño en el manejo de la cosa pública no deja que desear.
Recordemos que, a Rojas Pinilla, de la noche a la mañana se le entregó el poder con el contentamiento de hombres ilustrados y de público en general. No fue golpe de estado, este 13 de junio de 1953 en el que no se disparó un solo tiro, porque fue obligado a recibir el poder. Como lo dijo Darío Echandía, jefe del liberalismo. “eso no fue un golpe de estado, sino golpe de opinión”. La nación entera y pueblos vecinos decían no aguantar más la insoportable fetidez de los cadáveres víctimas de ambos partidos políticos, que se desplazaba desde la sucia atmósfera colombiana.
Rojas, el nuevo administrador de la cosa pública, se extasiaba trajinando los caminos veredales, cuando las chapoleras, allá en las cañadas, soltaban el rítmico canto que hacía a los mismos pájaros detener sus trinos para sentirse envueltos en la hermosa polifonía que inundaba los montes y tensos sembrados.
Ya los ranchos en medio de los sembrados, mantenían encendida la vela de esperma o de cebo hasta avanzada la noche. El temor a los demonios que vendrían, machetes en mano, a quemar las cosechas y violar las mujeres, había desaparecido. Ese día de la multitud que cantaba, Colombia sintió el corazón rebosante.
Seguiremos narrando pueblo a pueblo, los hechos dignos de mención de esta multitudinaria marcha emprendida por el General Rojas. En Valparaíso (Antioquia) uno de los distinguidos profesionales, en breve ceremonia, mostró al General Rojas el carro “Mercedes” vehículo nuevo diciéndole: “General, en este carro que hoy le regalamos, hará usted el recorrido cuando ya presidente (por segunda vez), se dirija a la Casa de Nariño. Un estrecho abrazo selló esta sencilla ceremonia que ratificaba la devoción que esa Casa guardaba a la familia Rojas. A la entrada de los caseríos y pueblos, las casas y casucas tenían jardines reventones en sus patios; y las Mozas quinceañeras con sus labios limpios sin el popular colorete para poder ofrecer al General el beso de reconocimiento en la pureza de los labios frescos.
Muy importante la compañía del gran orador de plaza doctor Arturo Villegas Giraldo, hombre de extraordinaria fuerza para poner en práctica lo que se proponía. Después de la acostumbrada borrachera, al amanecer de un domingo, despertó Arturo que en aquel no era otra cosa que un vago amigo de vagos y pícaros que conocían todas las triquiñuelas de los pequeños negocios sucios.
Levantándose de un sofá destartalado, mirando los residuos resecos del vomito de media noche y sintiéndose muy diezmado al recibir la moneda de pequeña emisión que la dueña del negocio le regalaba para el pasaje, contándomelo, me dijo: “Ese día prometí enmendar mi vida y, aunque mi edad había perdido los rasgos de la primera juventud, prometí ingresar a la Universidad, estudiar Derecho y hacerme doctor”.
Arturo era un orador amablemente agresivo. Alguna vez, frente al auditorio familiarmente conocido, Arturo, garantizo que el Doctor Guzmán Larrea no decía verdad cuando hablaba de la pérdida de su brazo: “no es cierto que perdió el brazo en el santo deber del trabajo, el brazo lo perdió de jurar falso”.
Otilia, señora de Guzmán Larrea, clamaba por un garrote “para callarle la jeta a ese viejo hijueputa”. El doctor Guzmán, antes que fastidiarse como su Mujer, se desternillaba gozando con los amables desmanes de su amigo Arturo Villegas.
Esto que aquí ponemos sobre Arturo es solo un respetuoso recuerdo de su vida accidentada y festiva. El fue varias veces (y con mucho éxito) Senador del Congreso de Colombia. El desfile, después de dejar Valparaíso, siguió hacia Caramanta, haciendo exclamar prolongados aplausos y vivas de emoción. Cada pueblo grande o pequeño engrosaba la fila que acompañaba día y noche al General Rojas. Es justo reconocer que doña Carola de Rojas, en todas las giras del General lo acompañaba camándula en mano, siempre en la iglesia o capillita de cada pueblo o caserío estaba la santa señora ayudando a la caravana a salir de los obstáculos.
En jardín, hermoso pueblo tenido y comentado como el mas bello de Antioquia, vino las manos de todos sus habitantes, hombres y mujeres, que se agitaban en el aire saludando al General, y dejando un ramo o algo que, en los carros acompañantes, deja un recuerdo grato a la memoria. Allí, en ese verdadero Jardín conocimos a “La Negra Peláez”. Es una popular mujer conocida en todas las regiones aledañas a Jardín. Si hoy, después del agotador implacable de los años que pasan “La Negra” ha sufrido fuertes depresiones físicas, confesemos, los que la conocimos, que en nosotros quedo perpetuada aquella imagen adorable.
Ya en el camino para Medellín, en Andes, entramos a un café, tan amplio, que mucho personal del participante tuvo cabida en dicho sitio. Allí no obstante el murmullo de la gente que hablaba en voz alta, se dejo oír la voz de uno de los hijos de los ricachos del pueblo que empezó a alza la voz insultando al General. La concurrencia calló. El hombre, entusiasmado, seguía vociferando, el General lo miraba sin quitarle los ojos. Hasta que yo, participante de la comitiva, me acerque al mostrador junto del grosero y levantando la mano golpee al mostrador. Las copas volaron y se escucho mi grito golpeando el mostrador: “¿Qué nos pasa a nosotros que permitimos insultar al General?”. A la salida, para coger los coches hacia Medellín, el General preguntó por mi carro: -General, voy en un carro pequeño, delante no tiene más de dos puestos, usted viajaría muy incómodo. -Me voy contigo, -dijo el General Rojas.
Iniciamos el descenso conversando de cosas varias y simples. El General Rojas, movió la conversación en el recuerdo de la primera juventud, cuando las barras de muchachos alborotan en los barrios y muchos de ellos no asisten a sus casas y se quedaban en las casas de los vecinos, provocamos una preocupación en sus padres que salen a buscarlos hasta muy avanzada la noche.
La cosa adquirió seria seriedad, cuando el General sacó un papelito y mostrándomelo me dijo: ¿Es verdad que tu dijiste esto cuando yo entregue un conflicto fatal para la patria?
-General, con su suma amargura critiqué la entrega del poder sin luchar militarmente.
El General, chabacano y festivo, que permitió conceptos que naturalmente lastimaban la conducta militar en aquel momento en que la Patria necesitaba la fuerza de las armas en plena acción.
-¿Entonces no entregarías el poder sin luchar?
-No General, no lo haría. Prefería quedar ene l campo de lucha.
El General Rojas estaba realmente impresionado. Agregué:
- Un ejército nunca es pequeño cuando es bravo y decidido, aun en las pequeñas cosas de la vida, diariamente se presentan problemas que comprometen la estabilidad de un negocio. De ese pequeño ventorro dependen varios niños y aun ancianos sin ninguna capacidad para luchar por la vida. Cuando la envidia quiere despojar al pequeño propietario, ve el metal niquelado de un revolver, que un varón encuentra, resuelto a abandonar el mundo defendiendo la pequeña heredad familiar. Es entonces cuando se escucha el desesperado grito de guerra: “Cuádrate hijo de puta que hoy visitamos el cementerio”.
Aquí en Colombia, sabemos que uno de los Pastrana llamándose muy conservador ofreció al muy liberal Juan Manuel Santos, el Ministerio de Hacienda. Todos sabemos que uno de los proyectos para aumentar el haber nacional, fue cobrar impuestos a todas las ancianas que obtenían el muy escaso sustento vendiendo cocaditas, tronquitos de coco y otros comestibles en las puertas de las escuelas de los niños pobres.
-¡Qué horroroso contraste General! -Le dije- el indio Juárez rechaza la cancillería que le ofrece un emperador. Y un hombre que disfruta de todas las comodidades que da la vida, acepta ser ministro de hacienda para sacarle de las entrañas el pan a los menesterosos. Cuídese General que usted está en el camino donde sufrirá todas las calumnias, tropelías y escuchará la voz maldita del amigo jurando por Cristo contra usted.
EPÍLOGO: Todo el país sabe que aquel viaje con una charla llena de profecías, diálogo sostenido entre el General Rojas y Jesús Peláez resultó, a la postre, en el haber político copiosamente cumplida para el General. Todo lo que maculaba a un hombre en el desempeño de su labor le fue surtido como con “regadera” al General Rojas.
Resulta que un problema de un “gamín” muerto en el “Circo Santa María” culpable Rojas. Que una muy larga fila de vagones todos cargados con pólvora explosiva, lo que causó daños graves y valiosos fue el General el que ordenó detener la marcha del convoy en la ciudad de Cali. Todo lo malo lo ordenó el General. Un ganado que se regaló para purificar la sangre de nuestras reses también se la achacaron al General Rojas cuando los acontecimientos políticos lo revolvieron todo.
Sin hablar de las cosas mínimas y fastidiosas digamos por fin que: el presidente Carlos Lleras Restrepo (un hombre que nunca estuvo contento con su talla física), promovió y patrocinó el robo del triunfo del General Rojas en las elecciones más limpias que se dieron en muchos años en Colombia en 1970. Y que fueron aprovechadas por Misael Pastrana Borrero quien subió como presidente para el periodo 1970-1974. A la reunión convocada para hacer respetar el triunfo de las elecciones, el General pidió que lo esperáramos dos horas. Todos entendimos que iba a organizar un grupo de fuerza para tal fin, pero nos quedamos esperando más de cinco horas y el General nunca llegó.
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