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El "Tigre", los guapos y el sexo

Foto del escritor: historias contadashistorias contadas

Por Jesús Peláez Álvarez. Publicado en la Revista # 29, año 2007


Por las encharcadas calles del empedrado Guayaquil, caminaba, con pasos arrastrados, un hombre que se asomaba a todos los tugurios vividero de putas en busca de las mujeres que solicitan de sus servicios. Lo llamaban el “Tigre”. Nadie supo su verdadero nombre. De uno de los sucios cartuchos salió una voz de mujer joven. “venga Tigre”. “No, Mariela, con usted ni a misa”. Ve, porque el Tigre no te quiere servir; preguntaba una puta tuguriera a la muchacha que el “Tigre” desechaba. “No salió bueno el billete con que le pagué! Y este Tigre es muy jodido! “decime Adelfa, preguntaba Mariela a su compañera de oficio, que voy a hacer?” “quien la mandó mijita a enredarse con ese viejo perro; cualquier día, ese viejo, con la lengua le chanta su buena gonorrea”.


Tras las suplicas, se dejó oír en el socavón los alaridos, sollozos emocionados gritos de Mariela que gozaban toda la emoción de su vulva sensibilizada  y tembladora.


“Doy más emoción que la “blanca” gritaba el tigre, que temblaba rompiendo las pobres ropas de la puta que se prestaba a las experiencias eróticas del “Tigre”.


Muchachitas apenas núbiles servían de moneda para que, con ellas, el “Tigre” pagara sus arrebatos misteriosos, a las putas de cancha.


La MISERIA, ha marcado espantosamente -en todas las ciudades del mundo- a una clase que parece haber nacido para cargar todos los vituperios y sinsabores que ha de sufrir con el hambre diaria, hasta la muerte.


Nadie habla del castigo que pudo caber al “Tigre”, cuando todos los policías del departamento sabían cual era el oficio al que estaba entregado.


“Un día, el “Tigre” desapareció del sucio Guayaquil para trasladar sus servicios eróticos a Lovaina. Allí, decían la putas, que el “Tigre” se hacia pagar mejor. Las putas llamadas de “caché”, montaron en bonito negocio con el “Tigre”. Allí, lo que conocieron los curas en los confesonarios, lo supieron Lovaina y Guayaquil, cuyos habitantes diurnos y nocturnos, conocieron la nutridísima clientela de cuanta puta destapada oficiaba en Medellín.


El “Tigre”, dicen, que aprendió -muy bien- en su piso de Garconnier a relacionarse con las personas de la sociedad alta; todo discretamente. La mujer que recibía sus favores, portaba en su cartera una suma considerable. El “Tigre”, dicen que favorecía unas viejas tías y a sus hijos de ambos sexos que estudiaban en el exterior.


El “Tigre” fue languideciendo, en la esquina de su casa. Una casa muy bonita, el “Tigre” continuo la costumbre de tararear la popular canción: “salga el tigre, salga el lion”, y en su cantata metía una sarta de animales. Los niños se reunían en la esquina del “Tigre” en espera de su presencia para aplaudirlo y acompañarlo en su canto a los animales.


Don Marcos Arango, descendiente del más pura cepa que garantizaba la calidad de limpio y apreciado Linaje. Sin respetar el entusiasmado coro que cantaban bajo los dorados rayos del sol mañanero. Don Marcos dijo al “Tigre” que lo miraba inocente y sonreído. “Ve hombre; conozco la fama que te acompaña como perturbador y corrompido, he visto algunas sirvientas de casas de éste barrio portando boletas, para señoras que son honra de esta sociedad”, el “Tigre” miraba a Don Marcos siempre con una infantil sonrisa. “Sabe, continuó el viejo, con una sola boleta que mandés a mi casa te meto éste revolver por tus malditas agallas y te mando para los infiernos. Perro maldito que corrompés a las mujeres con tus malditos vicios”. El patán no contestó palabra alguna a don Marcos, siguió mirándolo con gesto ausente, también sonreía a las gentes que se apiñaban curiosas ante el energúmeno don Marcos. El “Tigre” conocido desde siempre con ese remoquete, aparte de mantenerse entre las piernas de las mujeres haciendo trabajar su lengua que en la vagina de las agradecidas provocaba, según ellas, un goce indecible, seguía mudo ante el furioso don Marcos.


El “Tigre” ha tenido bajo sus ojos, y desnudas en sus manos, más mujeres que todo el cuerpo médico departamental a lo largo de su carrera.


Pareja Ruiz, el muy renombrado periodista antioqueño, quiso usar la práctica para estar seguro de sus conclusiones. Mucho se hablaba de los mendigos llamados limosneros. De los mucho que recogían, diariamente, pordioseando. El periodista usó un disfraz que lo dejó como el más lastimado y lastimoso mendigo.


Frente al “Teatro Avenida” se acomodó, en el suelo y en ruinosa rana despedazada, se acomodó el limosnero bisoño. Las manos con uñas largas y sucias, ojos mortecinos, así como los pone el que está próximo a dejar el mundo, fuerte lamentación con alaridos intermedios, fueron las ayudas que hicieron que nuestro mendigo mostrara a sus amigos, que a distancia lo observaban, la apreciable suma de trece mil pesos y pico. Era verdad, los mendigos en aquel pasado glorioso ganaban más que los gerentillos que solo apoyaban su vanidad en una hilacha de corbata deshilada.


¿Qué hacían los mendigos con sumas tan visibles? Simplemente; tenían su testaferro. Eso si, con la formal promesa de librarse del diablo, ellos estirarían la mano hasta el momento último de la vida. Muchos curas han mantenido fuertes disgustos con mendigos que les han prometido decirles el sitio donde esconden las muchas monedas que, diariamente, van recaudando.


¿Por qué negaba usted a su hijo? No se daba cuenta del embrollo en que metía a la ley y a los funcionarios. “Me daba vergüenza confesar que ese muchacho es mi hijo. La mamá de Miguel pedía para las ánimas del purgatorio. Así consiguió la bonita casa motivo de litigio con el cura que con mil artimañas se había hecho prometer la propiedad.

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