El mercado Tejelo, calle 52A, en el centro de Medellín, para muchos es un retazo de lo que fue el histórico barrio Guayaquil con sus leyendas. Tan corta y colorida como pinceladas que un artista forma con la multiplicidad de colores de las frutas. Concurren la diversidad de razas humanas, y hasta se sienten sonidos, sabores, olores y se viven historias que palpitan.
EL DESCUBRIDOR.
Esta cuadra que va desde la Avenida de Greiff hasta Juanambú (en la placita Rojas Pinilla, en honor a uno de los presidentes de Colombia), está situada al lado occidental del antiguo edificio de Empresas Públicas de Medellín (construido en 1957), se conoce con el apellido del descubridor del Valle de Aburrá: Jerónimo Luís Tejelo. Después de que el conquistador Jorge Robledo recorrió el sur de Antioquia, se detuvo en Murgia (hoy municipio de Heliconia), y de allí envió a Tejelo a inspeccionar el otro lado de la cordillera, descubriendo el Valle de Aburrá, el 24 de agosto de 1541.
MEMORIA DEL TIEMPO: SUS PERSONAJES.
Esta historia del Mercado Tejelo (antiguamente conocida como El Hueco) se inicia con la paradoja del campesino –su relación con los frutos de la tierra– quien vende sus productos para poder comer. Tejelo nace de la lucha por la subsistencia. Su inicio es el Resultado del desalojo y la persecución de venteros ubicados en el barrio Guayaquil. O podría decirse que la historia nace parecida a la canción de Daniel Santos que dice: “Y alegre, el jibarito (campesino) va cantando así, diciendo así, bailando así por el camino: “Si yo vendo la carga, mi Dios querido un traje a mi viejita voy a comprar... Y triste, el jibarito va llorando así, pensando así, diciendo así por el camino: “Qué será de Borinquen mi Dios querido, que será de mis hijos y de mi hogar.”
Sus más de ochenta años de la vida de la señora Hermelina Torres Guzmá –quien desde hace más de 40 años está en Tejelo– son una muestra de esa tragedia humana que han sufrido miles de campesinos durante muchos años en el sector rural de Colombia. Tuvo cinco hijas a las cuales su padre abandonó. Hace 27 años, a doña Hermelina, la guerrilla le asesinó a una de sus hijas en una finca en Urabá y desde entonces se hizo cargo de su nieta huérfana que desde recién nacida creció en Tejelo, perfumada con olor a frutas y con el trasegar de su piel azotada a cielo abierto, al sol y al agua. Y hace cuatro años, a doña Hermelina los paramilitares le asesinaron a una segunda hija y además desplazaron hacia la ciudad a su familia de la misma finca en Urabá.
La señora Hermelina Torres Guzmán, nació en una finca en Dabeiba. Su infancia, dice ella: “fue muy dura criando animales. Me tocaba trabajar bastante, no fui ni un solo día a la escuela porque usted sabe que los campesinos nunca saben que el hijo necesita estudiar, sino echale trabajo como un animal”. Ella nació en una fecha trágica, el 9 de abril (recordado por el asesinato de Gaitán). A Medellín llegó de 15 años a trabajar con una amiga cerca de la Plaza de Cisneros, en un restaurante en medio de los cafés El Turquestán y El Roma. Hasta que llegó a Tejelo con la Avenida de Greiff a vender bagre en una carreta, cuando en Tejelo estaba el paradero de los buses de Bello. Así recuerda: “Llegué a Tejelo cuando no habían construido el edificio de EPM. Existían varios almacenes de productos eléctricos, carnicería La Española y varios cafés. Nos prohibieron vender pescado por la bulla y por el olor, entonces cambiamos por frutas. Años después, el alcalde nos alquiló unos módulos pequeños para pagar cada mes. Mis hijas también vendían pero todas ya murieron. Los hermanos que llamamos “Los Machetes” llegaron a vender legumbre. A mi nieta que es hija de crianza (porque le mataron a su mamá) la traía desde recién nacida para Tejelo. Le ponía costales a la carreta donde vendía pescado y ahí la acostaba”.
Una historia algo parecida a la novela El Perfume, donde su autor escribe: “Cuando se iniciaron los dolores del parto, la madre de Grenouille se encontraba en un puesto de pescado... escamando albures que había destripado previamente. Los pescados... apestaban ya hasta el punto de superar el hedor de los cadáveres”.
En cuanto a la actualidad de Tejelo, doña Hermelina dice que los módulos están muy bonitos, muy modernos. Muy pequeños sí, pero muy modernos.
En estas historias de Tejelo caben las palabras del cronista de los años veinte, Luis Tejada, quien escribía: “Los pueblos de la montaña son, como la montaña, decididamente graves. En su lucha con la naturaleza bravía, se asimilan mucho de lo profundamente trágico que hay siempre en la naturaleza; esos hombres hermosos y esas mujeres fecundas, antes de venir a engrosar el núcleo de las ciudades nacientes, vivieron sin duda mucho tiempo en la selva (...), y entonces fue cuando se infiltró en sus almas para siempre esa taciturnidad angustiosa de la montaña, que se hará hereditaria y eterna en la raza”.
Por otra parte, cuando iniciábamos un diálogo con el señor Mario de Jesús Agudelo Gómez, nos interrumpió un empleado que le acababa de acondicionar la energía en su nuevo módulo y le dice: “Esta es su tarjeta para que tenga la energía prepago. Cuando la energía se va a acabar suena una alarma y usted aprieta cualquier tecla. Es bueno que tengan una tarjeta guardada de dos mil pesos para cuando se le vaya a acabar la energía”. Don Mario Agudelo nació en Rionegro en 1945, pero a los ocho años llegó a Medellín y desde entonces trabajaba en la Plaza de Cisneros, del barrio Guayaquil, como vendedor ambulante. Estudió en la escuela nocturna en el Instituto de Cultura Popular hasta primero de bachillerato. En la Calle Amador–antigua plaza El Pedrero– vendía legumbres y frutas. En la esquina de Tejelo con la Avenida de Greiff empezó a vender legumbres y frutas en una carreta, a principios de la década de 1980. Recuerda mucho los bares donde antiguamente tomaba licor en Tejelo: El Marial, El Selecto, El Marsella y El Camagüey. Don Mario termina expresando: “Todo ha mejorado en Tejelo, aunque nos va a tocar pagar el agua y la luz”.
Y no podía faltar el diálogo con un líder del pasado, quien durante 14 años presidió Asotejelo: el señor Alfonso Marín nació en Uramita. Al preguntarle por su niñez, dice:
–Mi infancia fue en el campo con mi papá cultivando frijol, maíz y hortalizas. A los 25 años llegué a Medellín, al barrio Manrique. Fue imposible trabajar en una empresa porque no había estudiado. Me di a la tarea de ganarme el sustento diario con las ventas callejeras en Maturín entre Cundinamarca y la carrera Díaz Granados, a finales de los años sesenta, cuando la Plaza El Pedrero funcionaba y teníamos que pelear los venteros con Seguridad y Control que manejaban el espacio público.
–Dicen que perseguían mucho a quienes vendían en la calle. ¿Es cierto? –le pregunté–.
–Varias Administraciones Municipales de esa época al ver que nosotros no nos dábamos por vencidos con las ventas ambulantes manejaban una estrategia cerrando las calles para desalojar los venteros, con el pretexto de que iban a hacer algún trabajo, pero no lo hacían.
–¿Cuándo llegó a Tejelo?
–Hace 28 años aproximadamente nos vimos tan apretados en el sector de Guayaquil hasta que me instalé en el sector de Tejelo para ganarnos el sustento diario para nuestros hijos. Gracias a estas ventas puedo decir que tengo donde vivir.
–¿Estuvo en la época del traslado de Guayaquil hacia la Plaza Minorista?
–Yo, ya estaba instalado en Tejelo. Tengo 3 hijos que nos tocó criarlos en Tejelo, los acostábamos a dormir en una carreta. Iniciamos con bateas y cajones cuando ya podíamos trabajar. Fuimos montando un mercado en la calle.
–¿Cuáles administraciones han contribuido para bien o para mal?
–En la administración del alcalde Sergio Naranjo, me senté en el auditorio del colegio Militar en Buenos Aires, y le pregunté qué iba a hacer con los venteros ambulantes. Dijo que pensaba hacer unas marquesinas, unos tolditos que después mandó a construir para los venteros, en tres sectores: Tejelo, Boyacá y Alhambra. Nos unimos como asociación en ASOTEJELO, Asociación de venteros de Tejelo, fui uno de los fundadores, fui el primer presidente, la lideré durante 14 años. La Administración del alcalde Juan Gómez Martínez propuso el Plan de Recuperación del Centro y creó el programa de los Bazares. Se inició el Bazar de San Antonio, Los Puentes plataformas A, B, C y se continuó con Tejelo, donde se acondicionaron unos puestos de madera con unas carpas verdes, con la organización la gente nos ha buscado para comprar.
–¿Qué tienen de bueno o malo los nuevos módulos?
–Los nuevos módulos es un excelente proyecto del saliente alcalde Alonso Salazar, en acero inoxidable. Quedaron con una visión y atracción excelente, estamos junto al Museo de Antioquia y a la Plaza Botero y a la Contraloría General de Antioquia. Pienso que es un error de la Alcaldía, el tener que pagar los servicios públicos, porque estos módulos o este Bazar está en la calle. Inicialmente fueron auspiciados por la Alcaldía. Si a los otros Bazares la Alcaldía les paga los servicios públicos, ¿por qué este que es un bazar que está en la calle nos pusieron a pagar servicios públicos? El descontento que tengo en este momento es que los espacios que hay entre un módulo y otro por donde entra el sol y recalienta las frutas. Pido que nos cubran estos espacios porque cuando llueve el agua que cae entre estos espacios se entra a los módulos porque el piso no tiene caída, tiene una rejilla pero está más alta del piso y se nos encharca el agua. Los alcantarillados nuevos los pusieron muy profundos para desembocar a la quebrada Santa Elena. Cuando la quebrada crece, se represa la tubería.
LA INVERSIÓN.
Es importante recordar que los cambios de los módulos de Tejelo es el resultado de una visita que hace un año hicieron a la ciudad expertos en este tipo de mercados, provenientes de la ciudad de Barcelona, España, que luego de visitar los centros comerciales administrados por el Municipio de Medellín, hicieron una serie de recomendaciones.
Para el caso de Tejelo, se hizo la intervención de la parrilla, se levantaron los pisos, y se cambiaron las instalaciones eléctricas y de acueducto. La totalidad de los ochenta módulos que conforman el mercado se cambió por otros con otras especificaciones, otros diseños, más funcionales y atractivos para la ciudadanía y los turistas que pasan de la Plaza Botero. La inversión fue de $2.200 millones.1
LOS COLORES Y LOS SENTIDOS.
Si un extranjero quiere saber cómo es Medellín y cuál es el color zapote, tendrá que visitar el mercado Tejelo. Y escudriñar en el interior de esa fruta maravillosa –la cual no se conoce en algunas ciudades del mundo– y debe escuchar las historias que cuentan sus habitantes que como hormigas trabajan.
Y como un retazo del viejo Guayaquil que se respete, Tejelo es un danzar de sonidos, una explosión de olores, un resplandor de imágenes y un degustar de sabores. Entre un constante “¡a la orden, a la orden!” de sus vendedores suenan rancheras, vallenatos y música popular en el bar donde están los cachivaches de Memo. Los olores de una mandarina recién pelada y de un mango maduro traído de Santa Bárbara se entremezclan con la fragancia de carne fresca de las meseras perfumadas recién llegadas a los bares, y con el aroma a madre tierra que desprenden las verduras. Además en un rastro en la memoria llegan olores a morcilla que durante tantos años las matronas de delantal ofrecieron en sus inmensas ollas. Ni qué decir de los turistas, quienes a diez pasos de la Plazuela Botero se dan la pasadita para capturar en sus cámaras esos instantes afortunados de colorido, luces y sombras que como silletas producen las frutas igual que las flores. Para quienes leen esto, la boca se vuelve agua al pensar en el sabor de un mango maduro criollo, en el gusto de un zapote o en lo dulce de un banano de tierra fría.
Tejelo, como pinceladas y recuerdos en los cinco sentidos de lo que fue el viejo Guayaquil. Y por allá, en un bar, suena una antigua canción: “Huye, huye, donde está mayor, donde está. Ya no vende por las calles, ya no pregona en la esquina, ya no quiere trabajar… El que siembra su maíz, que se coma su pilón...”