
Por Carlos E. López Castro (Texto publicado en la Revista Historias Contadas # 81)
Con el anterior nombre, titulamos la presente iniciativa, ganadora en una convocatoria realizada por la Red de Integración para el Desarrollo de la Comuna 10, RID 10. Luego de una, tertulia realizada en la oficina de la Fundación Historias Contadas, donde participaron 32 personas contando sus historias vividas en el barrio Guayaquil, presentamos la Revista No. 81, resultado de esa recuperación de la memoria oral. Porque no podemos dejar la costumbre de reunirnos a conversar.
En palabras de Paul Thompson: “La historia oral no es necesariamente un instrumento para el cambio; depende fundamentalmente del sentido con que se utiliza. No obstante, la historia oral ciertamente puede ser un instrumento para transformar el contenido y el objeto de la historia… Puede colocar a aquellas gentes que hicieron historia, a través de sus propias palabras, en un lugar central”.
GUAYAQUIL
Este barrio, que fue como un pueblo incrustado en las entrañas centrales de Medellín, ha sido el más memorable, fue el sitio que dejó más recuerdos, porque allí llegaron de otras poblaciones, muchos de nuestros padres o abuelos que construyeron la historia de esta ciudad. Fue considerado un “puerto seco” porque estaban las dos estaciones de los ferrocarriles, las flotas de buses intermunicipales y confluían los tranvías y luego las rutas de buses para los barrios. Además, estaba la plaza de mercado Cisneros que sirvió para que muchas personas sobrevivieran en una ciudad, que se transformaba de lo rural a lo urbano.
LA MÚSICA
La música le llega al ser humano, según las circunstancias que lo rodea. En la época del viejo Guayaquil, la población de Medellín sufría ese cambio del campo a la ciudad. “Siglo veinte cambalache, problemático y febril”. Esas personas, que llegaban desplazadas o en busca de mejor futuro, se sentían solas entre las multitudes de una ciudad que se industrializaba. Desarraigadas, buscaban en la música un aliciente. Una de las mejores frases la resume el filósofo griego Platón: “La música es para el alma lo que la gimnasia para el cuerpo”.
Esos bambucos que le cantaban al campo, ya no sonaban en esa transición. Se empieza a escuchar a un Daniel Santos con su “Lamento borincano”: “Sale, loco de contento con su cargamento para la ciudad, ¡ay! para la ciudad. Lleva en su pensamiento todo un mundo lleno de felicidad, ¡ay! de felicidad. Piensa remediar la situación del hogar que es toda su ilusión, así… Y triste, el jibarito va, pensando así, diciendo así, llorando así por el camino...”
En los bares de Guayaquil, los nuevos obreros escuchan tangos como: “Jornalero, al juzgar por lo que he visto, al juzgar por lo que he oído, la verdad voy a decir, es amargo cuando dice un holgazán: si te gusta bien y si no te vas…” Tangos como “Sangre maleva” o “Lágrimas de sangre”, cantados por Alfredo de Ángelis, emanan letras que reverberaban en los cafés de Guayaquil, donde hervía en el torrente sanguíneo de sus pobladores y visitantes.
Sobre este tema de la música en Guayaquil, los participantes en la tertulia contaron así:
Jairo Agudelo Zapata: “Para las décadas de 1940 y 1950, comienzan a funcionar los traganíqueles, que funcionaban con la moneda de centavo y después con la moneda de 5 y 10 centavos. Se escuchaba la música del dueto Bowen y Villafuerte, como la canción “Corazón Prisionero”. Cuando llegaron a Medellín en 1952, ya estaban sonando mucho en todos los cafés de Guayaquil, como el Saratoga, el Zanzibar, el Dandy, el Perro Negro. Aunque había negocios de salsa como el bar Atlántico, en la esquina de Bolívar con San Juan y San Juan entre Bolívar y Carabobo, donde se reunían los afrodescendientes”.
DOS MÚSICOS CUENTAN Y CANTAN
Héctor Castrillón: “En Guayaquil se escuchó mucho la canción “Te quiero y qué”, cantada por Gabriel Raymon, nacido en Campamento, Yarumal, y letra de Rafael Carmona. Otro artista de Guayaquil, fue Gildardo Montoya nacido en Palermo, Támesis. Murió en 1976, en un accidente de moto, autor de música parrandera como “El Gitano groserón”. De Guayaquil, recuerdo mucho el almacén La Cita, donde comprábamos agujas para las radiolas y tocadiscos. También conocí mujeres que le decían a uno “mijo” sin conocerlo, y le hacían a uno señas con las manos: cuatro la pieza y cinco para mí, no era muy adicto a eso pero me tocó. Ahí, se conoció el Profiláctico, a donde iban los que tuvieran algún problema con enfermedades venéreas como la sífilis o blenorragia. En Guayaquil, era donde se reunían los políticos. Estuvo Jorge Eliécer Gaitán y los demás políticos, llenaban las afueras de esa plaza.
Allí, conocimos a Aníbal Moncada (conocido como “El gordo Aníbal”). Fue cantante de tango y gran fanático de Gardel de quien decía que le hacía milagros y le prendía velitas. En Guayaquil vivió el compositor José Barros, en condiciones lamentables rebuscándose la vida allá. Se escuchó la música de Pepe Aguirre, Oscar la Roca, los Trovadores de Cuyo, el Conjunto América”, terminó contando Héctor Castrillón.
Julio César Villafuerte: “Llegué a Medellín en el año 1952 por dos meses y se prolongó. Hoy, han pasado cerca de 60 años y aquí estoy. Fui a Guayaquil donde el señor Otoniel Cardona, dueño de un almacén donde ponía canciones como “Tu duda y la mía”, “Despedida en el puerto”, todas esas canciones que yo había compuesto desde muy niño. Fueron sucesos en Colombia. Ustedes las acogieron, sus generaciones. Me siento honradísimo.
Ese comparativo entre el Guayaquil ecuatoriano y el Guayaquil de Medellín es muy interesante. Allá los compositores Palacio y Zafari escribieron una canción dedicada a esa ciudad de Ecuador: “Tú eres perla que surgiste/ del más grande e ignoto mar,/ y si al son de su arrullar/ en jardín te convertiste; /soberana en sus empeños/ nuestro Dios formó un pensil/ con tus bellas Guayaquil;/ Guayaquil de mis ensueños./
En una época nos llamaron los cuatro de oro: Olimpo Cárdenas, Julio Jaramillo, Lucho Bowen y Julio César Villafuerte. De los cuatro quedo yo. A Virgilio Pineda, una de las glorias colombianas, lo conocimos en Guayaquil. Llegamos allí sin conocer. Teníamos unos 17 años y llegó Virgilio Pineda diciendo que quería participar de ese programa. Le preguntamos quiénes eran los acompañantes y dijo que él mismo. No era costumbre ver solistas. Y comienza a tocar él solo acompañándose. En ese momento los Delgado Cepeda que eran los gerentes de esa cadena radial le abrieron los mejores teatros para que Virgilio mostrara su grandeza de artista tolimense”, finaliza expresando el maestro Villafuerte.
Y para terminar, cantaron Héctor Castrillón y Julio César Villafuerte, uniéndose al recuerdo, casi todos los asistentes, entonando la canción “Tu duda y la mía”: Si es verdad lo que me dices/ que tu amor tan solo es mío/ no comprendo porque tardas/ en unirte junto a mí/ o es que alguna duda tienes/ o quizás ya no me quieres/ puede ser que otros quereres/ te hagan proceder así/ si es que no quieres más seguir conmigo/ ten la franqueza y de una vez rompamos/ mi decisión es terminar contigo/ todo ese amor que inútil nos juramos…/”
Fabio Roldán: En la Plaza de Guayaquil, los hijos de los Moreno que eran carniceros, Mauro Moreno y toda esa gente, trajeron un muchacho del corregimiento Palermo, de Támesis, lo trajeron a trabajar carnicería en lo que llamaban la galería de “Los Miaos” (junto a los sanitarios). Allí había un muchacho, Rafael Carmona, que vendía mondongo y era compositor y cantante, autor del disco “Te quiero y qué”. Y Carmona fue el primero en sacar a la palestra a este muchacho, Gildardo Montoya, de Palermo, Támesis, autor de “Plegaria vallenata” y de toda esta música parrandera y bailable. Se inició ahí en Guayaquil. En la Plaza de Guayaquil, a un carnicero amante del tango, le decíamos “La cría”. Vendía marranos al por mayor. Se llamaba Aníbal Moncada. Trabajó en la plaza y fue el dueño del famoso bar “El patio del tango”, y murió hace cinco años”, expresó Fabio Roldán.
León Darío Tirado: “Aníbal montó el Patio del Tango en un sótano que estaba junto al pasaje Coltejer. Después, se pasó para Junín, que fue donde trajo la orquesta de los ciegos, de Manrique. Otros cafés que existieron: “El 9 de julio”, “La gayola”, “El Atlántico”, “Bahía blanca”, San Remo, Montecristo, que también fue de mucha fama, “El pico de oro”, “El Rialto”, “El Zanzíbar”, El Saratoga. En la carrera Alhambra, entre Maturín y Amador, existió un bar, El Viejo París, donde el escenario para los artistas se hacía con las cajas de cerveza que eran de madera. Allá, llegó Pepe Aguirre y todos los cantantes de tango que venían a Medellín. Allá se mantenían El Cholo Gómez y El Cholo hijo.
LA PLAZA
La plaza de mercado Cisneros fue inaugurada en junio de 1894. Funcionó hasta el incendio de 1968, cuando los vendedores se instalaron en las afueras, a su alrededor, en lo que se conoció como El Pedrero. Son muchas las historias que aún se tejen en nuestra costumbre de reunirnos en un ritual del encuentro con la palabra. Así nos contaron algunos asistentes a la tertulia:
Álvaro Jaramillo: “Cuando yo estaba en bachillerato trabajé en la plaza de mercado. Madrugaba a las cuatro de la mañana, para hacer almuerzos. Trabajaba con los Sierra, Alberto Acosta y “Cosa Fea”. La plaza nunca cerraba, mantenía una puerta abierta por donde vendían la morcilla, la loza y estaban las carnicerías, en la parte de atrás, colindante con el pasaje Sucre. Cuando ocurrió el incendio yo estaba porque madrugaba a las 2 y 3 de la mañana.
Poca gente que vendía carne tenía refrigeradores conectados a la planta de la plaza. Y la mayoría, que no tenía, había que sacar la carne todos los días y salarla para que no se dañara.
Los ladrones acostumbraban robar los lapiceros de marca Parker a muchas personas que iban engreídas y les tocaba pagar.
Yo estuve como picador de carne y aprendí muchas cosas. Si alguien iba a comprar dos libras de carne, el que lo atendía partía una y media, y cuando iba a cogerla le arrimaba, por debajo, los gordos para que marcara las dos libras. Empacábamos en papel periódico. Un día, me dieron en mi casa $ 20 para que comprara una gallina y yo me equivoqué y compré 20 pesos de morcilla. Se imaginan la cantidad que me dieron. La señora que me atendió, al fondo de la plaza, se asustó pensando que yo tenía un restaurante.
El Pedrero apareció después del incendio de 1968. En la carrera Díaz Granados, o sea, entre la plaza y el Pasaje Sucre (venta de abarrotes) estaban los paraderos de los caballos. Allí, familiares míos vendían salvado y melaza. El incendio fue provocado y no hicieron ninguna atención porque el interés de la Alcaldía era sacar a toda la gente de allá”.
Rosa Elena Montoya: “Para nosotros era un premio cuando nos decían que nos iban a llevar a la plaza de mercado. Ver esa inmensidad, esa cantidad de gente. La felicidad era por lo que hoy llamamos mecato, los dulces. Esa cantidad de dulces que teníamos en la niñez, desaparecieron. Al desaparecer la plaza de mercado, desapareció mucha tradición, todos esos pasabocas que hacían nuestras abuelas y se conseguían sólo allá. Por la mañana, muy temprano, iban los ricos y por la tarde iban los pobres. El trauma con el incendio, fueron muchas las personas que quedaron en la total ruina y no se recuperaron y muchas murieron de pena moral. Hoy, hay un incendio y existen los seguros, la solidaridad de los proveedores, los bancos que hacen préstamos. Al desaparecer la plaza de mercado, los bancos como la Caja Agraria, no quisieron reconocer la información y los ahorros de quienes se les quemó la libreta de cuenta de ahorros, pequeños ahorradores que nadie les respondió por la plata que tenían ahorrada. Fue doble trauma, perder el negocio y la plata que tenían en el banco como respaldo porque, no había como reclamarla. Hubo solidaridad, solo entre los grandes que se ayudaban, pero entre los pequeños comerciantes rebuscadores de El Pedrero, quedaron muy mal. Es un recuerdo triste de la forma en que terminó la plaza de mercado. Muchos quedaron pobres, desamparados, sin saber que camino coger.”, terminó expresando la señora Rosa Elena.
LA SEGURIDAD O LA POLICÍA
La inseguridad y la corrupción de algunos policías iban de la mano en el Guayaquil antiguo. Veamos la historia que nos cuenta uno de los protagonistas, que fue vendedor durante varios años en la plaza.
Jairo Agudelo Zapata: “Uno de los comentarios en los pueblos de Antioquia era: “es que ese Pedrero está lleno de rateros”. En el año 1968, siendo yo un niño que vendía en Guayaquil, empanadas con ají, a cincuenta centavos, me tocó ver un señor que tuvo un problema con un policía. Era un tipo que estafaba en esa época. El policía necesitaba una plata y le vendió el revólver de dotación. Como este era un paisa de esos vivos, pensó: “Le compro el revólver y me lo pueden quitar a las dos o tres cuadras”. Entonces, negoció el revólver. Se lo pagó al policía, quien tenía listo para que otros policías le hicieran una requisa más adelante y le quitaran el arma. El hombre se metió a la plaza por los callejones de las galerías y en un bulto de frijol, de un conocido, escondió el revólver y siguió caminando, yo lo vi. Al momento, otros policías le pidieron una requisa. No le encontraron el arma. Vino el policía que era dueño del arma, todo desesperado para llegar a la institución sin ella. Tuvo que cuadrar con él para darle más plata. Eso se formó un escándalo, y recuperó su revólver”, terminó contando Jairo.
ESCRITOS DEL PASADO
Libros, crónicas y cientos de páginas se han escrito sobre Guayaquil. Pero no siempre se encuentran datos importantes para la reconstrucción histórica. Veamos lo que escribió, en el año 1943, en sus memorias, el señor Ricardo Olano, un destacado e influyente comerciante de Medellín:
“QUINTA DE DON JUAN URIBE. Esta quinta, situada por los lados de Guayaquil, fue por muchos años una de las más hermosas de Medellín. Recuerdo que cuando vine por primera vez a esta ciudad, quizá en 1882, mi padre me llevó en coche una tarde a conocerla; en coche porque era muy lejos, al extremo sur de la ciudad. Me impresionó extraordinariamente la belleza de la casa con su largo corredor al frente adornado con bombas de vidrio y el lindo jardín. Más tarde esa quinta sirvió para escuelas, para cuartel del regimiento; etc. La casa inglesa de Punchard, Mc.Taggar, Lowthis & Co, que contrató en 1892 la construcción del Ferrocarril de Antioquia dio allí un gran baile. Don Juan Uribe Santamaría construyó esa quinta a mediados del siglo pasado, quizá en 1850. Vivió allí con su familia. A su muerte pasó a sus herederos que eran tres hijas: Da. Helena, casada con D. Eduardo Vásquez, Da. María Dolores, casada con D. Julio Vásquez B. y Da. María Teresa casada con un señor Sañudo. Esta última vendió sus derechos a Carlos Coriolano Amador y éste a D. Eduardo Vásquez. Hoy pertenece por mitad a Da. Carolina Vásquez de Ospina y a los señores Jorge y Julio Vásquez, todos descendientes de D. Juan Uribe Santamaría. En los viejos tiempos los terrenos de la quinta iban hasta el río, y fue don Juan quien cedió los terrenos para abrir la calle de Cundinamarca, detrás de la quinta, Da. Carolina y los Vásquez dividieron el lote de la quinta en cuatro manzanas, quedando las dos del sur de Da. Carolina y las dos del norte de los Vásquez, y todas fueron edificadas con tiendas que son 80 aproximadamente. Esas cuatro manzanas quedaron divididas por dos calles: la de Bomboná entre Carabobo y Cundinamarca y la carrera de la Alambra entre Maturín y Pichincha, ambas de 12 metros de ancho. Además se ampliaron las carreras de Carabobo y Cundinamarca, ambas en dos metros y medio.1
En 1928, Ricardo Olano era propietarios de algunos solares de Guayaquil. En 1931 escribe algo importante sobre la calle Amador: “La Avenida Amador fue abierta y cercada de tapias por Nicanor Restrepo Giraldo en terrenos de Carlos Coriolano Amador, sin haber éste cedido las fajas. El Sr. Amador inició un pleito contra el distrito y ganó la cuestión. Ya con el fallo a su favor, el Sr. Amador que era caprichoso y a la vez buen ciudadano cedió gratuitamente la calle al Distrito y le encimó mil pesos en dinero para arreglarla”.2
LÍMITES HOY
Antiguamente otros sectores eran considerados como parte de Guayaquil, como fue el barrio Corazón de Jesús y su iglesia (inaugurada en 1939) situada en la calle Amador con Salamina. Pero según Decreto 346 del año 2000, con la sectorización de barrios y comunas de la ciudad de Medellín, Guayaquil quedó delimitado así: Por el norte: Desde el cruce de la carrera 57 (Av. del Ferrocarril) con la calle 49 (Ayacucho) y continuando por ésta al oriente hasta la carrera 53 (Cundinamarca), por ésta al sur hasta la calle 46 (Maturín), por ésta al oriente hasta la carrera 49 (Junín). Por el oriente: Tomando la carrera 49 (Junín) al sur hasta la calle 44 (San Juan). Por el sur: Siguiendo por la calle 44 (San Juan) hacia el occidente hasta su encuentro con la carrera 57 (Av. del Ferrocarril). Por el occidente: Se continúa por la carrera 57 hacia el norte hasta su cruce con la calle 49 (Ayacucho), punto de partida.
El barrio Guayaquil, se localiza en la Comuna 10, zona Centro Oriente de la ciudad de Medellín, tiene un área de 341.362,5 mts.2 representadas en 27 manzanas.
¿EL FUTURO?
Dentro de lo que se ha escrito sobre Guayaquil, se ha planificado el futuro desde el “Plan Parcial” que fue viabilizado dentro del marco normativo establecido por el Acuerdo 062 de 1999. Ese plan obedece a la filosofía y preceptos normativos que estaban vigentes para ese entonces. Fue llamado “Polígono Z3-R3 Guayaquil”. Según como conceptuó la Oficina de Planeación, existen dos zonas muy distintas, catalogadas con un mismo tratamiento:
“El grupo de manzanas ubicadas entre Maturín, la Avenida del Ferrocarril, Pichincha y Cúcuta; y aquellas emplazadas entre Maturín, la Avenida del Ferrocarril, San Juan y Cúcuta. El primero de ellos, presenta condiciones más cercanas al tratamiento de consolidación contiguo, en razón de la cantidad de construcciones consolidadas en altura que posee con usos predominantes de comercio minorista, lo que permite calificarlo más como un grupo de manzanas en transición entre la renovación urbana y la consolidación, pues evidentemente el resto del polígono, es decir, el segundo grupo de manzanas mencionado, efectivamente presenta condiciones propicias para la renovación, debido al bajo grado de consolidación edificatoria, de usos del suelo y a su localización estratégica. Atendiendo a esta heterogeneidad, el plan, busca diseñar una plataforma normativa equitativa, en función de estas particularidades.
“Caracterización urbanística del polígono. El Polígono Z3-R3 es parte del sector de Guayaquil, sector con el cual mantiene relaciones históricas de uso, eventos, movilidad, intercambio comercial, y de usuarios, propietarios, viandantes, y habitantes comunes. Podríamos afirmar que son un mismo sistema urbano, diferenciado por zonas o áreas homogéneas, que han ido tomando con el tiempo y dadas sus actividades urbanas, vocaciones diferenciadas pero no excluyentes. Así, son grandes referentes urbanos para este polígono, la antigua Plaza de Cisneros, hoy Parque de La Luz, con sus dos monumentos emblemáticos, los edificios Carré y Vázquez del arquitecto belga Charles Emile Carré; y los ejes estructurantes urbanos de San Juan, la Avenida del Ferrocarril, Carabobo, y Maturín. Igualmente está emplazado en relación con los grandes sistemas de movilidad metropolitana y de ciudad, como el Metro, el Metroplús, y el sistema de anillos centrales.
“El sector tiene un sistema interno de vías jerarquizadas, algunas de las cuales constituyen verdaderos corredores culturales y de memoria, como es el caso de la Calle Amador, que lo conecta con el Barrio Corazón de Jesús, con el cual, ha mantenido estrechos lazos de cercanía, intercambio, y memoria. Del mismo modo, la Carrera Tenerife, que articula esta porción del centro con la zona del actual Museo de Antioquia y la Plaza de Botero, convirtiéndose en un conector representacional importante a lo largo del cual discurren también varias edificaciones de arquitectura republicana que en conjunto, hablan de una época de la ciudad y del valor del centro tradicional como lugar referente. En este mismo sentido, la calle Carabobo es el gran corredor estructurante interno del sector de Guayaquil, que lo articula desde un punto de vista funcional y urbano con la estructura de ciudad, y que teje en la memoria de sus habitantes, una identidad propia para esta zona. Carabobo ha jugado el papel de gran conector del centro tradicional con los desarrollos de la Alpujarra y con la zona norte de Medellín, y el emplazamiento de toda una serie de edificaciones representativas, sedes institucionales y comerciales de trascendencia urbana, hacen de este eje, la gran vía de memoria de un Medellín cívico, recorrido, apropiado, y altamente valorado por todos sus habitantes.
“A su paso por Guayaquil, se inscriben en la Calle Carabobo, algunos de los edificios emblemáticos de mayor valor patrimonial como el Palacio Nacional, el Hotel Montería, los edificios Vázquez y Carré, la Campana, entre otros. Son notables así mismo, la serie de residencias, viviendas, y pequeñas edificaciones recicladas para el comercio, que se ubican sobre esta calle y en las manzanas aledañas a la Plaza de Cisneros, conjunto residencial que aún pervive, y que aunque de escala menor y de una arquitectura doméstica republicana, adquiere un gran valor como conjunto urbano, huella y vestigio de una época gloriosa de Guayaquil, en la cual, la vivienda, el comercio regional, el esparcimiento intensivo en bares íconos de la memoria urbana como el Perro Negro, colindaban y convivían lado a lado, en este centro urbano que fue bien bautizado, “una ciudad dentro de la ciudad”.3
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Fuentes y notas:
Tertulia realizada por la Fundación Historias Contadas, el 20 de abril de 2013.
1Ricardo Olano. Memorias tomo II. Fondo editorial Universidad Eafit, 2004, pags. 652-653.
2 Ricardo Olano. p. 301
3 Plan Parcial del Centro, en: www.medellin.gov.co
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