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Lo que reciben los hombres que dejan el miedo

Foto del escritor: historias contadashistorias contadas


Por Jesús Peláez Álvarez. Publicado en la Revista # 25, año 2006


Hubo tantas cosas y episodios que –en tiempos pasados– se produjeron en aquel Guayaquil sucio y extravagante, que los que aún cargamos con la pesadumbre de los muchos años, sabemos que, otra parcela del departamento de Antioquia, no albergará jamás la variedad de hombres y mujeres que cada noche daban motivos para una historieta que arrancaba las carcajadas a los circunstantes; y, algunas veces, el episodio entrapaba las mejillas en lágrimas de los abuelos machos y de las putas desalmadas que no podían ser impasibles ante los hechos cruentos. Incontable el número de putas que asistían a los velorios celebrados en los chiribitiles que servían de vivienda a las mujeres que muchas veces hacían con sus niños una montonera en el pelado suelo húmedo por donde transitaban las chinches, y un sinnúmero de alimañas que llenaban sus barrigas con la sangre que quedaba en las venas de aquellas anémicas criaturas.


Bajo el sonsonete lastimero de las voces que se alzaban, pidiendo a las ánimas del purgatorio, suplicara la virgen del Carmen, misericordia para los nuevos habitantes que sufrían el espantoso suplicio de las llamas inapagables.


Dado a la fragilidad de los ranchos que integraban las edificaciones de las sucias parcelas que rodeaban la plaza de mercado de Guayaquil, era natural que las lamentaciones de los que rezaban por los muertos se confundieran con los sollozos y alaridos de las parejas ayuntadas, que resoplaban como bestias en el más escandaloso deleite carnal. Hombres y mujeres reían cuando los enamorados descargaban su lujuriosa carga. No extrañaba a nadie ver a un vecino, cuchillo en mano, reclamara a su amigo que se atrevió a alzar la voz cuando se ayuntaba con Fabiola, la puta más bulliciosa, que lloraba en la dicha incontrolable que le daba su macho. “Cuando llorábamos por mi madre muerta”, dijo Roque –que aun blandía el cuchillo-. Tú gritabas de la dicha en el rancho vecino encerrado con las putas. Nadie te dijo nada. “La culpa, dijo el aludido, la tenemos todos”. Edificamos los ranchos donde nos da la gana; no respetamos ni el techo del rancho ajeno; ninguno dice nada, todos nos tenemos miedo”. “Pues Tato Vásquez, ya está alzando en caña brava y barro negro, unos ranchos muy cómodos, que piensa alquilar muy baratos.


“Compadre, guarde ese cuchillo que lo que es conmigo no encuentra pelea”. “Vea, le mostró pelando la franela. “Seis años pagué por un pedazo de puta. Pero buena y servidora. “Usté la dejó como un cedazo cuando se cebó dándole puñal”. Los hombres se retiraron sin mirar siquiera a la vieja habladora.


Don Teodomiro Rodas, industrial en la elaboración de los metales preciosos, instaló su pequeño taller en ese moridero, ya que las múltiples zanjas naturales le servían para desaguar los desechos de su industria.


Hoy, dos o tres cuadras arriba del famoso, “Puente de Guayaquil” perdura el famoso barrio de Tenche. “En Tenche nos encontramos si sos berraco, y el desafiante agregaba el hijueputazo, allí estaré. “No se le ocurra, cuando apaguen las bujías, meterse bajo las canas.

Cada sábado, cuentan los habitantes, hijos de los bravos macheteros, que dejaron las entrañas en uno de los bailes sabatinos cuando un cualquiera apagaba los faroles y empezaba la canción de los machetes.


“¿Qué hubo comadre Clorinda, cuántos estiraos sacaron? Dos nada más comadre, a uno lo sacaron bajo de la cama, todavía respiraba.


Y es que así se matan aquí? –preguntaba un señor de Titiribí que había venido a comprar unas arrobas de rellena, ¡Qué se vana matar! “No vio, apenas un muertito” ¿Cómo se llama usted? –preguntó el comprador de rellena a la linda mujer. Yo, me llamo Josefina. Lindo nombre, agregó el hombre que ya se sacaba de un enorme carriel el dinero para pagar a la moza que lo miraba detenidamente a la vez que le mantenía una sonrisa con una fila de dientes que, en aquel tiempo sólo existían sacamuelas, dejaban perplejo a quien recibía esa sonrisa irrepetible.


“Apenas un muertito”. El peón que llevaba la bestia de carga dijo a su patrón: “Eso empezaron a hacerlo en Sabaletas. “Hubo muchos heridos a machete, pero don Bernardo amenazó con despedirlos de la finca si se enteraba de otro lance igual. ¿Tú Bernardo fuiste peleador de filo? Todo muchacho de estos andurriales es bobo señor. Todos, víctimas de la edad de tontos, practicamos esos juegos de armas para que nos vean las muchachas. Pero no más.


Don Bernardo no podía sacar de su cabeza la total figura de Josefina. La mujer hermosa lo había trastornado realmente. “¿Tú vienes con mucha frecuencia a las compras? Cada 15 días vengo. Don Bernardo dejó morir en sus labios el comentario que tenía, quizás alguna razón para la mujer que lo había deslumbrado.


El hombre que ayudaba a don Bernardo dijo: “¿Sabe señor? Ese negro grande con la barriga pelada y muy baboso es el marido de la mujer que lo enloqueció a usted. ¡Noooo! Exclamó el cafetero de Titiribí. “Hay patroncito, a yo porque me mata la pena con vusté que es mi amo, pero si yo no fuera tan respetuoso de su dinidá le contaba lo que dicen”. Apurá, dijo don Bernardo. Y allí nos tomamos unos tragos y me contás todo”. “Usté manda señor” –dijo el sangrero-.


Pidamos una botella dijo el patrón. Sirvieron unas copas, repletas las apuraron, y el patrón llenando las copas dijo. “A lo dicho”. Vea patrón, el único que a pisado a esa muchacha que tanto lo entusismó es ese barrigón sucio y baboso que vive recostado a esas pencas “Uña de Gato”. Se pasa el día sin hacer nada , únicamente se arrima cuando cualquiera alarga conversa con la mujer. Dicen que son enfermos; un enfermo, de lengua larga, desató la lengua y dijo que cuando se arrejuntan –los dos en bola- berrean como animales del monte, que duran un rato muy largo en el asunto y que lo hacen cada rato. Se dice, como asunto cierto, que la mujer nunca ha sido de naides. “Cuando el barrigón cayó enfermo de tifo, la mujer llenó la casa de médicos y gritaba desesperada que lo salvaran su barrigón. Apurando otro trago don Bernardo que había hecho estudios en Europa, recordó a Juan Martín Charco, el médico francés que estudió de cerca a las ninfómanas y a los sexuales delirantes insaciables.


Entonces don Bernardo, dijo el peón de brega a su amito, como lo llamaba cuando las copas le prendían la sangre. ¿Entonces ese barrigón tan grande y sucio tiene dominada a esa mujer tan hermosa?  Los dos se buscan y se necesitan sin que sólo tengan la paz mirándose continuamente.


Si se diera el caso de la muerte inevitable de uno de los dos, el otro pediría –a gritos- morir.

Esos amores inexplicables los vemos en algunos puntos de Europa donde se practicó el satanismo.  En esos cuadros, envuelto en llamas, se ve a Satanás ardiendo abrazado por las más hermosas ninfas creadas por los más famosos artistas de aquellos tiempos.


Mordido por fatal obcecación, don Bernardo ordenó la marcha hacia Titiribí. En el camino, sin poder acabarse, -toda entera- aquella mujer que se había metido en su mente, destapó la botella y ofreció otro trago a su peón de brega.


¿Tiene plata esa mujer? Dicen que mucha plata. Ella es la dueña de todo el rancherío que usté amito vio”. El barrigón es el que cuida de ella y de todas sus cosas. A uno de la Estrella que le robó, en la Plaza de Mercado, la “plata del realizo” el gordo buscó la casa del ladrón, le quitó la plata y le sacó el menudo que arrojó a una quebrada que llamaban la Chocha. ¿Y la policía qué dijo? Cual policía, si dos jueces que hacían mandados encerraban a las diez de la noche mientras pasaba el entierro de las ánimas. Lo mismo ocurría en Itagüí. El miedo a lo desconocido ocupaba la mente aun en las personas cultas y bravos cuchilleros que frecuentemente encontraron entre los polines de la vía férrea. Con los ojos de mirada perdida buscando algo que los paralizó.


Vea, ese bandido que llamaban Patillas se dio cuenta del platal que se ganó, jugando a los “daos”. El carnicero tuerto don Rogelio, todos aconsejaron a don Rogelio no salir a esas horas que era la que favorecía la salida del diablo. No, tengo que irme insistió don Rogelio. Tengo que madrugar a entregar una carne para la Tutelar.


Bien, don Rogelio salió saltando polines, y, sin hacer mucho, trechó, vio que un enorme murciélago se acercaba por el centro de la carrilera botando candela y quemando truenos. La bestia era enorme toda envuelta en llamas. Rogelio sacó su revólver y escuchó la súplica “no me mate señor, no me mate”.


Varios años pagó el negro pajarraco que más de una vez dejó víctimas tendidas en las vías férreas del Ferrocarril de Amagá.


Realmente hubo hombres valientes de verdad en aquella Antioquia de principios de siglo. Siguiendo con Patillas, se supo; que al enterarse del “Velorio en Tenche”, tomó la resolución de enterarse personalmente y participar de la blanca y deslumbrante tremolina de las peinillas cuando inesperadamente se apagaran la luces y escuchara el estremecedor chillido de las mujeres.


Así fue. Patillas, cuando la cosa empezó se metió en la cabida de un lavadero y escapó de los filos de peinillas que rumbaban a su alrededor.


Tres muertos fue el trágico saldo de aquella trágica noche. Patillas, totalmente ileso, fue dueño del secreto que rodeaba los famosos bailes a suerte en Tenche. Los fallecidos eran muñecos muy bien adobados por Villita que se encargaba de todas las triquiñuelas funerarias. La cosa se arreglaba cuando dos o tres cadáveres de verdad ayudaban a darle tintes de realidad a esas triquiñuelas de las relleneras del tenebroso barrio de Tenche. Cuentan de “Caro”, un negro que vivió en el viejo barrio Antioquia. Nunca se le vio trabajar. El negro era jugador profesional. Sonreído y tranquilo se pasaba la vida en las casas de juego de Guayaquil, todas ubicadas en el corazón de Medellín.


Abelardo Valencia, nombrado secretario de gobierno municipal, propuso al doctor Emilio López, jefe de la oficina de investigación criminal, hacer una cosa que estremeciera hasta el putas. Aceptado por el doctor Emilio López, el plan de la Administración Municipal, se dio manos a la obra. Cuentan que a las casa de juego que se les había concedido permiso para el juego de cartas, se les retiró.


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