Por Inés Betancur Arango
Amigo Joe Carranza, te fuiste sin despedirte, el mar clama tu ausencia repentina.
Medellín, ciudad donde te conocí, y compartí contigo labores concernientes al periodismo, el arte y la cultura.
Las calles del centro de Medellín te vieron sonreír con alegría, y tienen impresos tus pasos de reportero y comunicador social.
Pero como anécdota inolvidable, dejaste en mi memoria el esmero por escuchar el poema titulado “Las abandonadas”, del autor español Julio Sexto.
Inquieto y servicial con la comunidad, y en especial con tus amistades y con el gremio de los comunicadores que estrechamente uníamos las manos para enlazar las letras y las voces cotidianas.
Gracias por la sinceridad y hermandad que nos brindaste durante tu existencia.
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Las abandonadas
Julio Sexto
¡Cómo me dan pena las abandonadas,
que amaron creyendo ser también amadas,
y van por la vida llorando un cariño,
recordando un hombre y arrastrando un niño!...
¡Cómo hay quien derribe del árbol la hoja
y al verla en el suelo ya no la recoja,
y hay quien a pedradas tira al fruto verde
y lo eche rodando después que lo muerde!
¡Las abandonadas son fruta caída
del árbol frondoso y alto de la vida;
son más que caída, fruta derribada,
por un beso artero como una pedrada!
Por las calles ruedan esas tristes frutas
como maceradas manzanas enjutas,
y en sus pobres cuerpos antaño turgentes,
llevan la indeleble marca de unos dientes.
Tienen dos caminos que escoger:
el quicio
de una puerta honrada,
o el harem del vicio;
¡y en medio de tantos,
de tantos rigores,
aún hay quien a hablarles
se atreve de amores!
Aquellos magnates
que ampararlas pueden,
más las precipitan
para que más rueden;
¡y hasta hay quién se vuelve
su postrer verdugo
queriendo exprimirlas
si aún les queda jugo!
Las abandonadas son como
el bagazo
que alambica el beso y exprime
el abrazo;
si aún les queda zumo, lo chupa
el dolor;
¡son triste bagazo, bagazo
de amor!
Cuando las encuentro me llenan
de angustia
sus senos marchitos y sus caras mustias,
y pienso que arrastran
su arrepentimiento
un niño que es hijo del remordimiento.
¡El remordimiento lo arrastra algún hombre,
oculto, que al niño niega
techo y nombre!
Al ver esos niños de blondos cabellos
yo quisiera amarlos y ser padre
de ellos.
Las abandonadas me dan
estas penas,
porque casi todas, son mujeres buenas;
son manzanas secas, son fruta caída
del árbol frondoso y alto de la vida.
No hay quién las ampare,
no hay quien las recoja,
mas que el mismo viento que arrasa la hoja.
De sus hondas cuitas, ni el Señor se apiada,
porque de estas cosas... ¡Dios no sabe nada!
¡Marchan con los ojos fijos en el suelo,
cansadas en vano, de mirar al cielo!
¡Y así van las pobres, llorando un cariño,
recordando un hombre y arrastrando un niño!
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