Por Miguel Ángel González Mesa (enviado especial desde La Plata, Argentina)
miguel.gonzalez2@udea.edu.co
A pocos días de que decenas de millones de argentinos asistan a las urnas para elegir, entre otros cargos, a su nuevo jefe de estado, resulta difícil caminar durante cinco minutos por las emblemáticas diagonales de la ciudad universitaria de La Plata o por las amplias aceras de Buenos Aires sin cruzarse pasacalles y vallas publicitarias que invitan a votar por x o y candidato, o sin escuchar aunque sea una tertulia cargada de opiniones muchas veces encontradas, acerca de la tensa decisión que se avecina y como ésta podría aliviar o, por el contrario, agravar la delicada situación económica y social que ha venido atravesando este país en los últimos años; verse en la obligación de decidir entre el peligroso megalómano ultraconservador Javier Milei y la clase política tradicional que ha llevado al país a poseer el tercer mayor índice de inflación en el mundo, hacen que el futuro no se vea muy brillante, curiosamente en la tierra del sol.
Para septiembre del 2023, Argentina alcanzó una inflación del 138.3%, colocándose como la tercera mayor a nivel global solo por detrás de Venezuela y Zimbabwe -250 y 181% respectivamente-, situación que se traduce en una constante alza en el precio de los alimentos y demás productos de la canasta básica familiar, además de la creación y puesta en funcionamiento de mercados ilegales de cambio de divisas a lo largo y ancho del territorio. Milei ha propuesto al respecto un modelo de dolarización, que más allá de mejorar la situación, produciría una devaluación económica que disminuiría los salarios reales de los argentinos.
Desde el día en el que pisé suelo argentino hasta el de hoy, he sido testigo de cómo la tensión ha venido en aumento, como una especie de bola de nieve en caída libre, que finalmente hará colisión este domingo 22 de octubre sobre la poca pero valorada estabilidad restante, donde un sector de la sociedad consternado por la posibilidad de un gobierno de Milei, recuerda con angustia su dolor, producido por la dictadura genocida que cobró miles de vidas desde 1976 hasta su final en el año de 1983, la cual el candidato ha calificado de sobredimensionada y de guerra.
En las elecciones presidenciales no solo está en juego el futuro económico de Argentina, sino también la continuidad de sus programas sociales, históricamente reivindicados y defendidos por la sociedad civil como la educación pública, eje fundamental del desarrollo social.
Argentina ha tenido un sistema de educación superior basado en la universidad pública, gratuita y universal desde que fue decretada el 22 de noviembre de 1949 durante el gobierno de Juan Domingo Perón, hasta la actualidad con más de 2.5 millones de estudiantes en las universidades públicas en el territorio. Esta universalidad representó para el 2022 una inversión estatal del 6.7% del total del presupuesto general de la nación.
Para la sociedad civil, en especial el estudiantado, la defensa de la educación superior pública, gratuita y universal representa una de las luchas sociales más importantes a nivel nacional. Lucha que acumula 74 años y que ahora ven amenazada por la posible llegada de Javier Milei al poder quien en su afán por mostrarse a sí mismo como el salvador de la economía argentina ha propuesto eliminar la gratuidad educativa para reemplazarla con vouchers, un sistema de estímulos económicos a modo de bonos que propiciarían la competencia público-privada, lo que espera que a la larga, según él, quiebre algunas de las universidades públicas más representativas de la nación. Esa necesidad por establecer un sistemas de educación enfocado en las instituciones privadas surge de la profunda estigmatización que el candidato tiene hacia los recintos académicos estatales, los cuales no baja de centros de adoctrinamiento comunistas.
Lo curioso de lo anterior, desde el punto de vista de un colombiano en Argentina, es que la pesadilla utópica a la que temen los ciudadanos -al menos en materia educativa- es muy similar a la realidad del sistema educativo colombiano, donde la competencia semestre a semestre para ingresar a instituciones de educación superior deja por fuera a decenas de miles de estudiantes en el país, que no tienen otra opción que aplicar a becas o créditos que les permitan ingresar a instituciones privadas, a pesar de que esto implique el pago de deudas enormes durante los próximos años, o incluso décadas de sus vidas.
A la hora de analizar el sistema educativo argentino es importante resaltar, además del valor social que tiene la matrícula gratuita y los cupos ilimitados para todo el estudiantado del país, las dificultades que he identificado. La primera y más destacada consiste en la numerosa cantidad de estudiantes en las aulas, ocupando auditorios con más de 200 jóvenes que viven la clase como si se tratara de una conferencia: pantalla gigante, un docente con un micrófono y frente a él filas y filas de alumnos intentando tomar apuntes desde sus asientos, parecidos a las graderías de un centro de eventos, y sin alguna mesa donde apoyar sus cuadernos. La oferta educativa permite que centenares de nuevos ingresantes accedan a los contenidos ofertados en los planes de estudio de las grandes universidades públicas de la nación, lo que a su vez genera una gran despersonalización del proceso educativo. Sin posibilidad de establecer un debate o diálogo cara a cara con el docente, la educación se convierte, en mayor medida, en un proceso autodidacta donde cada persona debe tomar un rol mucho más decisivo en su propio proceso de aprendizaje.
Otro factor problemático es la falta de recursos de infraestructura, aulas sin tableros, baños sin papel higiénico ni jabón y la ausencia de conexiones a internet dentro de algunas de las facultades. Aunque dicho sea de paso, en Colombia ocurre lo mismo a pesar de ser un sistema más cerrado y en teoría más económico de sostener que el Argentino, siendo esto prueba que la desfinanciación educativa no solo va de la mano de los cupos ofertados en instituciones públicas.
Así, la encrucijada a la que se ve sometida Argentina en el ámbito político y en consecuencia social, cultural y educativo es motivo de reflexión. Es clave entender el papel que juega la educación en el desarrollo de una nación y defenderlo por encima de todo, propiciar las herramientas para que los jóvenes puedan seguir eligiendo su futuro y no dependan de recursos económicos que, en esta época de crisis, presentan estimados impagables para la gran mayoría de los ciudadanos argentinos. Ojalá los más de 35 millones de argentinos habilitados para votar en las elecciones presidenciales lo recuerden el próximo domingo antes de ir a las urnas.
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